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Periódico La Jornada
Jueves 30 de octubre de 2014, p. 42
Guinea, 29 de octubre.
El llanto de un recién nacido resuena en el centro de tratamiento de ébola en Guéckédou, pequeña ciudad del sureste de Guinea. Segundos después entra un doctor a la sala cubierto de pies a cabeza con un traje protector. Toma al pequeño en brazos. Lo acuna e intenta acariciar y calmar al bebé de apenas dos semanas a través de las capas de plástico de su traje.
El virus del ébola ha causado la muerte a miles de personas en África occidental. Tanto el padre como la madre del bebé se han infectado. También el pequeño presenta síntomas, pero aún falta saber el resultado de las pruebas que le realizaron.
Muchos en Guinea denominan al ébola enfermedad maligna
, no sólo porque la mayoría de infectados muere, sino también porque el virus destroza las relaciones entre las personas.
Si ya de por sí el paso por un hospital es para un niño una experiencia que infunde miedo, el ingreso en un centro de tratamiento del ébola puede convertirse en un trauma: el contacto con el mundo exterior es sólo por medio de médicos ataviados con trajes protectores. No hay contacto físico; mirar a la cara mediante un visor enorme y con máscaras de dos capas sólo dificulta la comunicación.
Los niños lloran mucho; les da miedo ver cómo se les acercan personas vestidas con trajes de astronauta
, dice Ibrahim Bah, del hospital Donka. Intentamos hacerlos reír, para que entiendan que no somos monstruos
.
En los centros del ébola de Guinea –instalados de forma provisional en tiendas de campaña– no hay aire acondicionado. En la región la temperatura media es de 29 grados. El calor y la humedad hacen que los médicos no puedan pasar más de 90 minutos dentro de estos trajes y el personal tiene que estar relevándose continuamente, lo que dificulta aún más el poder entablar una relación con los niños.
Intentamos continuamente hacer algo creativo para superarlo
, señala la española Julia García, quien trabaja para Médicos Sin Fronteras en Guéckédou. Cada vez que empieza su turno establece contacto visual con los menores que están lo suficientemente fuertes como para pasear por la zona de visitas del centro de tratamiento. Acuerda una señal para que la reconozcan a pesar del traje. A veces les canto, pero es complicado respirar debajo de la máscara
, relata.
La Organización Mundial de la Salud registró mil 550 casos de ébola en Guinea hasta el pasado día 23. Se desconoce cuántos de ellos son niños, pero lo que sí es seguro es que los bebés son los que menos posibilidades tienen de sobrevivir. Su sistema inmune es mucho más débil que el de los adultos.
Rosaline Koundiano es la excepción. Tiene 12 años y es de Guéckédou. Es una de las primeras que ha sobrevivido al actual brote de la enfermedad. Se contagió cuando en febrero ayudó a cuidar a su abuela enferma. Durante varios días lavó el vómito y la sangre de la ropa de cama de la anciana. Poco después de su entierro, Rosaline y su madre comenzaron a sentirse mal.
Al final, la niña resultó ser la más fuerte de las dos. Un mes después ambas estaban curadas, pero en este tiempo han perdido a 10 familiares por el ébola. Cuando Rosaline llegó a casa estaba destrozada. Los amigos y los vecinos la evitaban. De poco sirvió el certificado que demuestra que está libre del virus. Tuvieron que pasar semanas para que volviera a jugar con los amigos.
Según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), el virus afecta directamente, ya sea desde el punto de vista médico o síquico, a por lo menos 5 mil niños en Guinea. El ébola ha empeorado la extremadamente difícil situación que afrontan los niños en Guinea. Resulta duro contemplar esto
, señala la trabajadora del Unicef, Fassou Isidore Lama.