J
unto a la única ventana de la sección de Adornos y Acabados está una mesa larga que comparten siete mujeres. Sus tareas consisten en pegar encajes, botones miniatura, pompones, bieses y pequeñas flores que adornarán la ropita para los niños Dios. En la pared del fondo hay una cartulina con las fechas de entrega a los almacenes y después, subrayada y escrita en rojo, una especificación: Todo debe estar listo para finales de octubre
. Abajo, entre paréntesis y con letras mayúsculas, se lee una advertencia: Este mes se cancelan los permisos
.
Mientras desempeñan sus tareas, las costureras retoman la noticia que desde finales de septiembre es su único tema de conversación: los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa. (En su favor, y ante el mandato de no encender veladoras, las mujeres adornaron la imagen de San Judas con la serie de luces que en diciembre ilumina su árbol navideño.)
Leticia: –Lo que más me duele es que todos sean jovencitos.
Arcelia: –¿Estarán vivos?
Rosalba: –Ojalá, pero no lo creo. Ya pasó mucho tiempo...
Enriqueta: –No seas tan pesimista, no hay que perder la fe: ¡aparecerán!
Hortensia: –Será por gracia de Dios. De la justicia, mejor no esperar nada.
Enriqueta: –Sea por lo que fuere, el caso es que aparezcan.
Daniela: –Y si no, díganme: ¿qué va a suceder? ¿Tú qué piensas, Bertha?
La aludida guarda silencio y la pregunta de Daniela queda flotando. Durante el resto de la mañana en el taller sólo se escuchan el roce de las telas, el golpe de las tijeras y después la reiterada afirmación de Enriqueta: Tienen que aparecer
.
II
Las costureras entran en la fonda semivacía y se apresuran a unir dos mesas. Se acomodan en desorden, entre ruido de sillas y saludos a Chiquis, el alma del negocio. Leticia toma la hoja con el menú del día y se alegra de que incluya agua de lima, que le trae recuerdos. Arcelia, como siempre, pule los cubiertos de alpaca con una servilleta de papel. Rosalba se masajea el hombro adolorido a causa de la mala posición en que trabaja. Enriqueta se alegra de ver a Quico, tan verde como siempre, dormitando en su jaula. Hortensia se lamenta de que en las mesas ya no pongan saleros. Daniela maldice al jefe que suspendió los permisos durante el resto del mes. Bertha se dirige al baño y le pide a Leticia que ordene por ella, pero sólo el guisado.
Leticia: –Se ve que no tiene hambre.
Arcelia: –Yo tampoco.
Rosalba: –Y ahora ¿qué te picó?
Arcelia: –Sigo pensando en los desaparecidos, en que a lo mejor los están torturando o sabrá Dios qué...
Enriqueta: –¿Por qué ustedes siempre piensan en lo peor? Además, ¿quién tendría motivos para hacerles daño a unos simples estudiantes?
Hortensia: –Esa es otra cosa que me tiene preocupada.
Enriqueta: –A ti te encanta mortificarte, cuando no por una cosa es por otra. ¿Por qué eres así?
Hortensia: –Porque tengo los pies en la tierra. ¿Qué no ves la tele ni lees lo periódicos? ¿Sí? Bueno, pues entonces...
Chiquis: –¿Ya quieren ordenar o esperan a Bertha?
Daniela: –De una vez. A mí tráigame el espagueti y la ensaladita, si hay.
Chiquis: –Claro que sí, y muy buena, nomás que sin aguacate porque además de venir feo está caro.
Rosalba: –Como todo. Va uno al tianguis y con 200 pesos no hace nada. Mire, a mí tráigame sólo el guisado. Allí viene Bertha, de una vez pregúntele.
Chiquis: –¿Qué te sirvo? Hay arroz, espagueti, costillas con verdolagas, frijoles.
Bertha: –Las costillas con poquitito arroz.
Chiquis: –¿Están a dieta o las hizo repelar su jefe?
Arcelia: –Ninguna de las dos cosas. Estuvimos hablando de los desaparecidos y creo que por eso se nos fue el hambre.
Leticia: –Ante una cosa tan terrible es imposible seguir como si nada y no preocuparse por esos muchachos.
Chiquis: –Aunque ni los conozca ni sepa quiénes son, rezo por ellos; pero también por sus padres. Sólo de imaginarme en qué angustia estarán, siento horrible.
Arcelia: –La incertidumbre ha de pesarles mucho. Imagínense: no saber en dónde se encuentran sus hijos, si están vivos o muertos y tampoco por qué desaparecieron. Si un muchacho muere por enfermedad o por un accidente, su familia claro que sufre, pero tiene el consuelo de saber lo que pasó. Lo mismo si un joven se va de la casa por su gusto: uno ya no lo busca ni lo espera ni se quiebra la cabeza imaginándose cosas. Se resigna ante los hechos y punto.
Enriqueta: –No es tan fácil. Mi hijo Reynaldo salió de pleito con Esteban, su hermano mayor, y un día, de buenas a primeras, se me desapareció. Mi esposo me dijo: Déjalo, Si no está a gusto aquí, que se vaya
. Pero yo ¿dónde iba a quedarme así nomás? Anduve por aquí y por allá hasta que di con él. Le dije que tenía todo el derecho de elegir su vida y le pregunté si pensaba regresar con nosotros. Me dijo que no, mientras su hermano viviera con nosotros. Y yo, ni modo de correr a Esteban. Veo a Reynaldo muy, pero muy de vez en cuando. No quiero forzarlo a más. Me conformo con saber que está bien y con decirle que si un día quiere volver será bienvenido.
Daniela: –No todo el mundo es así. A una comadre se le fue la hija porque no le permitieron que llevara a la casa a su novio. Para empezar era un hombre mucho mayor que la Karen y luego, sin trabajo. ¿Se imaginan a mis compadres manteniendo a un viejorrón? Para no hacerles el cuento largo un día me enteré de que la muchacha estaba viviendo sola por allá por Cuautitlán. Le dije a mi comadre que hiciera por encontrarla. No quiso. ¿Por qué razón? Lo ignoro y mejor ya no me meto.
Chiquis: –Cada quien actúa según su interior, o no sé cómo decirlo... Ay, bueno: por estar hablando no les tomé la orden. A ver, váyanme diciendo. Bertha, ¿a poco ya se va? ¿Ni siquiera el guisado va a comer? Oigan: ¿me lo figuré o salió llorando?
III
Después de cinco años de no ver a su hijo Kevin, Bertha pensó que se había resignado a la ausencia y sobrepuesto a la incertidumbre. No es así. La historia de los muchachos desaparecidos de Ayotzinapa le ha devuelto avivado su dolor, sus recelos y el ansia de encontrar a Kevin. En cuanto vea a su esposo lo convencerá de que remprendan la búsqueda aunque tal vez fracasen de nuevo. Si Kevin está vivo lo abrazará con toda el ansia acumulada en años. Si está muerto, sabrá en dónde llorarlo. Hasta eso será mejor que no saber...
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Cristina Pacheco: Mar de Historias
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