E
n 2014, el primer domingo de octubre será día 5. Habrá luna creciente en Brasil. Tres días después, está previsto un eclipse total. Faltan, uno más, uno menos, 580 días para el domingo 5 de octubre de 2014. Habrá luna creciente, serán las vísperas del eclipse total.
Pero nadie, en Brasil, está muy preocupado por el calendario lunar. Lo que empieza a inquietar es el calendario electoral. Es que el domingo 5 de octubre del año que viene, alrededor de 145 millones de brasileños estarán con los ojos puestos no en el cielo, sino en los resultados de las urnas. Ese día se elegirá el nuevo presidente del país.
Puede parecer curioso que, con semejante adelanto, se empiece a jugar las cartas. Pero así son las cosas. En este febrero que terminó, el escenario electoral ha sido, poco a poco, delineado. Quizá el país no se haya dado cuenta, pero de aquí en adelante todo girará alrededor de ese escenario electoral. El calendario lunar perdió interés.
Algunas dudas importantes fueron aclaradas, otras no tan importantes fueron registradas.
¿Y qué quedó aclarado?
Primero: Lula da Silva no será candidato a un nuevo mandato presidencial. Al menos, no en 2014. Ya las elecciones de 2018, cuando Lula tendrá 73 años, serán otra historia. En 2014, la candidata del PT y de la amplia y esdrújula alianza que apoya al gobierno será Dilma Rousseff. Con ese anuncio se abren brechas para disidencias y abandonos, pero también para adhesiones y adherencias.
Segundo: la articulación estará centrada en Lula, aunque él mismo no sea candidato a nada. Claro que los dos estarán, como estuvieron siempre, en contacto permanente. Pero a ella le toca, al menos hasta el inicio formal y oficial de la campaña, el rol de administrar, y a él, el de asegurar una alianza que asegure a Dilma no sólo la victoria, sino también las bases en el Congreso para gobernar.
Tercer punto que queda desde ya establecido: la oposición, nave a la deriva desde hace un buen tiempo, seguirá buscando rumbo, teniendo como timonel al actual senador y ex gobernador de Minas Gerais, Aécio Neves, del mismo PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) del ex presidente Fernando Henrique Cardoso.
A propósito: resulta casi melancólico observar cómo, a sus 81 años, Cardoso, un sociólogo respetado y con una vasta y sólida carrera de militante en la centro-izquierda brasileña, sigue exigiendo a sus correligionarios que logren armar un programa de gobierno viable y confiable en oposición al PT de Lula y Dilma Rousseff.
Ese esfuerzo resultó, al menos hasta ahora, en un rotundo nada. Aécio Neves no logró deshacerse de su imagen de playboy provinciano, y sus enfáticos discursos leídos cuidadosamente en el Senado tienen la autenticidad de un billete de tres dólares.
¿Y qué pueden interesar, fuera de Brasil, esos movimientos internos, aparentemente tan restringidos a sus fronteras?
Bueno, quizá algunas cosas, principalmente si se les compara a lo que pasa en los países vecinos.
En primer lugar, en el caso brasileño existe un proyecto de cambio, el del PT, iniciado por Lula y ahora llevado adelante por Dilma. Los críticos más críticos dicen que, en el fondo, el PT tiene un proyecto que es más de poder que de país.
Puede que tengan razón. Pero de todas formas, es innegable que existe un proyecto que, mal que bien, y considerándose los resultados y la opinión pública, funciona.
En segundo lugar, ese proyecto logró, al menos en esta etapa, renovarse sin perder el rumbo. En otras palabras: ha sido posible encontrar piezas de recambio para que la nave siguiera su rumbo con otro timonel.
Lula sigue siendo figura principal del cotidiano político brasileño (no raro, con exageración), pero parece haber sabido optar por tener influencia sobre el poder instituido en lugar de disputar ese mismo poder.
Al anunciar formalmente su respaldo a una nueva candidatura de Dilma para 2014, dejó claro que no pretende disputar con su criatura, y, al mismo tiempo, al asumir la articulación de la relección de Dilma, deja claro que sigue en el control de las cosas de la política.
Ya la oposición sigue su infausto minué. Hay movimientos delicados, algunos quizá elegantes, pero que no llevan a ninguna parte. Son volteretas inocuas.
Llega a ser casi conmovedor el esfuerzo del ex presidente Fernando Henrique Cardoso para movilizar a sus pares. Pide renovación, proyectos, programas concretos.
A sus 82 años, pide fuerza, confianza y acción. En algún momento quizá se dé cuenta de que, a pesar de los años, es el más joven de sus correligionarios.
En todo caso, si uno mira lo que pasa en los vecinos, quizá caiga en la peligrosa tentación de concluir que Brasil está en mejor situación.
En Brasil, al menos hay pieza de repuesto: Dilma sucedió a Lula, se relegirá y podrá eventualmente tener al mismo Lula como sucesor, todo eso acorde con la Constitución.
Quizá en la vida real no sea así tan tranquilo. Pero, al fin y al cabo, algo es algo.
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