D
e todas las estaciones Rodolfo prefiere el invierno. Las bajas temperaturas le traen bellos recuerdos de infancia, lo vuelven ágil y le aclaran las ideas. Esta noche es la excepción: por más que lo intenta no logra entender el agobio que lo oprime desde el momento en que el licenciado Franco, su jefe, lo despidió en la puerta de su despacho dándole palmaditas en el hombro.
¡Estúpido! Fíjese por dónde camina
, le grita una mujer. Rodolfo oye la reclamación pero no se disculpa por su involuntaria torpeza. Sigue avanzando entre los hombres y las mujeres que caminan apresurados quién sabe hacia qué rumbo. Rodolfo se lo pregunta sin verdadero interés y vuelve a pensar en la actitud amistosa de su jefe. Sabe que la agradeció una sonrisa alelada y se avergüenza.
Recuerda que al pasar junto al escritorio de Áurea, la recepcionista con uñas de acrílico, ella le sonrió de una manera tan cordial que tuvo dudas de que fuese la misma persona que una hora antes había contestado a su saludo con impaciencia, como si él fuera un inspector indeseable o uno de esos desempleados que insisten en que ella les conceda diez, cinco, dos minutos para hablar con el licenciado Franco y exponerle sin pudor la situación crítica que padecen desde que los despidieron de otra empresa, y antes de otra, y su última esperanza era ser colaboradores de Franco y Asociados.
Al imaginar las condiciones de esas personas, Rodolfo hizo lo que llevaba muchos años de no hacer: le dio gracias a Dios por no encontrarse entre los miles de desempleados que acuden a todas las ferias del empleo con fólderes llenos de documentos, copias fotostáticas y cartas de recomendación.
II
Rodolfo se siente aliviado al pensar que, contra lo que sospechaba desde que fue requerido por su jefe, además de encontrarse más seguro que nunca en su puesto, tiene posibilidades de acceder a la subdirección de su departamento, y después, ¿por qué no?, al nivel más alto. No se atreve a pronunciar mentalmente la palabra dirección
, pero levanta los brazos como un boxeador que triunfa sobre su adversario.
Es el momento de llamar a Elisa para sacarla de la incertidumbre en que la dejó anoche, cuando al volver de su trabajo le preguntó si su camisa azul estaba limpia, porque tenía cita con su jefe. ¿Cuándo?
Mañana
. ¿A qué hora?
Áurea no me lo dijo. Sólo me advirtió que debía estar listo para el momento en que me llamara.
¿Te aclaró por qué motivo quiere verte el licenciado.
No.
¿Ni te lo imaginas?
Podría ser porque no le gustó algo que hice, porque no asistí a la junta del lunes o porque estoy retrasado con el presupuesto.
¿Eso es grave?
No. Si me ayuda el contador puedo arreglarlo.
Rodolfo: ¿me estás diciendo la verdad?
¿Por qué carajos me haces una pregunta tan estúpida?
Me preocupa lo que pueda suceder. Imagínate si en estos momentos te corren del trabajo.
¿Siempre tienes que pensar en lo peor?
No es para que te enojes.
Ni tampoco para que me eches la soga al cuello sólo porque mi jefe quiere verme. ¡Y ya párale con tu maldito interrogatorio!
No grites. Si el bebé se despierta va a costarme sangre dormirlo otra vez.
"¿Cómo está el Frijolito?" Con mucha comezón en las encías, señal de que van a salirle los dientes. ¿No te da gusto?
¿Estás diciendo que soy mal padre?
"Desde luego que no. Comenté que el niño… Te estoy hablando. ¿Adónde vas?" A la cama.
¿Sin cenar?
No tengo hambre.
Reconócelo: también estás preocupado por la cita de mañana.
No lo estaba, pero me pusiste nervioso.
¿Yo?
¡Chingada madre! En vez de molestarme ve a ver si mi camisa está limpia. Llevo dos días con ésta.
III
Rodolfo está consciente de que anoche fue injusto con su mujer. En cuanto la vea se disculpará, pero antes quiere darle las buenas noticias: conserva su empleo y, por la actitud de su patrón, tiene posibilidades de subir en el organigrama. Cuando lo escuche, Elisa le dirá que todo es un milagro de San Juditas. A Rodolfo le indigna la excesiva religiosidad de su mujer, en especial cuando atribuye a su santo predilecto logros que él gana con su esfuerzo y su aptitud para manejar la mano izquierda.
De no haber puesto en práctica esa habilidad a estas horas estaría desempleado, bebiendo en una cantina y quejándose de su desgracia frente a un extraño. Por fortuna, nada de eso ocurrió. Si tuviera una copa al alcance de la mano –la izquierda, por supuesto– la alzaría para brindar por la salvadota que se dio y por el futuro ascenso.
IV
A Rodolfo nunca le ha caído mal el licenciado Franco, pero esta noche siente afecto por él. Considera que es un tipo muy listo y educado hasta cuando le llama la atención a un subalterno. La prueba está en lo sucedido por la tarde. Después de una larga espera, su jefe lo recibió muy afable; le pidió que se pusiera cómodo y le peguntó si deseaba tomar algo. Nada, señor, muchas gracias
.
Sonriente, el licenciado Franco le entregó una hoja. A Rodolfo le bastó con mirar la primera línea para saber que se trataba de un documento peligroso. Sin embargo, fingió ignorancia: No entiendo este informe. ¿Se relaciona conmigo?
Otro jefe se habría enfurecido ante la torpeza de la pregunta, pero el licenciado Franco la interpretó como efecto del nerviosismo y fue paciente: Te llamas Rodolfo Almanza, ¿cierto? Bien. ¿Eres el responsable del área de producción? Sí. Pues entonces es clarísimo que el documento se refiere a ti. ¿Qué tienes que decirme?
Rodolfo volvió a leer la relación de sus errores. Uno solo habría justificado su despido, pero el instinto de sobrevivencia le dictó una estrategia: Permítame explicarle. Asumo mis responsabilidades, cumplo lo mejor que puedo pero, por desgracia, mi gente está fallando mucho.
Rodolfo hubiera querido detenerse, pero la mirada de su jefe lo incitó a seguir hablando: Arteaga falta mucho porque su mamá está enferma y tiene que llevarla al hospital. Con Camarena, el gordito que siempre toca la guitarra en las fiestas, no cuento. Vive soñando con grabar un disco, o sea que nuestra empresa no es su prioridad. Ordóñez tiene mucha iniciativa, pero las decisiones que toma son incorrectas. Piña se está divorciando y anda en las nubes. Dos o tres veces por semana lo suplo en su área para evitar que nos atrasemos en la producción.
El licenciado Franco levantó la mano para imponerle silencio: ¿Cuánto hace que falla tu personal?
Algunos meses.
¿Y por qué no me lo dijiste?
Sé los problemas que tenemos con la competencia china. No iba a cargarlo con más preocupaciones.
V
Al recordar la escena, Rodolfo siente el mismo escalofrío que lo estremeció durante los minutos, tal vez segundos, que el licenciado Franco tardó en sacar conclusiones: Ocultándome las cosas no me ayudas y de paso te perjudicas. Acuérdate: los redentores siempre salen crucificados. Desde hoy me informarás de cuanto suceda en tu área. Hablaremos regularmente, sin formalidades, como dos trabajadores leales.
A sus órdenes, señor
.
Rodolfo ansía llegar a su casa y hablarle a Elisa del trato especial que le brindó su jefe. Si ella le pregunta cómo logró salvarse del despido le dirá simplemente: Como los buenos boxeadores, mi amor: usando la mano izquierda.
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