Hernán González G.
U
na lectora escribe: Agradecería abordar el tema de la elaboración del duelo en el caso de tantas personas que en México hemos sufrido la tragedia de perder a un ser querido de la manera más atroz: desaparecido, con la pena múltiple de no volverlo a ver, ignorar cuál fue su suerte y no poder sepultar su cuerpo. Son otros de los graves e irreparables daños colaterales de esta hipócrita lucha contra la delincuencia organizada, sin verdadera voluntad política para castigar a los responsables
.
En efecto. Sin sepelio, el trabajo de duelo se complica aún más. La agobiante incertidumbre que se cierne sobre los familiares les impide aceptar y, sobre todo, soltar a quien ha desaparecido, de manera forzada o no, situación que vuelve casi imposible elaborar el duelo, pues más que una pérdida evidente se trata de una ausencia desgastante que ignora el destino del que no aparece y en la que el sujeto es convertido, por los autores de la desaparición, en objeto indefinido en su existencia o en su muerte.
Por ello, al sistema represor le interesa sobre manera trivializar la violencia y la crueldad, la muerte y a los muertos, en el cine y la televisión, en la prensa y el Internet, ya como ficción, ya como noticia, pero donde las muertes reales son presentadas como espectáculo antes que como drama, como tema sensacionalista y no como tragedia o crimen de obligatorio castigo. La violencia se vuelve solución y las desapariciones ocurren a otros.
Del despliegue mediático y falsamente comprometido con la verdad, al olvido gradual... excepto por los desquiciados padres, hijos, pareja o hermanos de quien primero fue privado de su libertad y luego de un juicio y una defensa, para finalmente quizá ser sometido a tortura antes de arrojar sus restos a fosas clandestinas o al mar o de ser incinerado. Acto seguido, se agotan todos los recursos
en un esforzado cuanto infructuoso esclarecimiento de los hechos.
En el duelo ciego por un ser querido desaparecido es necesario trabajar en grupo, además de buscar apoyo individual y, a falta de un cadáver al cual dar sepultura, enterrar aquello que aumenta el poder de los verdugos y sus cómplices: miedo, resentimiento con la vida, odio y sentimientos de culpa. No podemos desaparecer con nuestros desaparecidos ni menos rendirnos ante unas instituciones sospechosas e ineficaces. Y, con todo respeto por su dolor, considerar incluso la posibilidad de perdonar.
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