Hernán González G.
L
os avances de la medicina han logrado alargar la expectativa de la vida humana. En 1900 apenas llegaba a 50 años; en 2000 alcanzó 80 en países desarrollados. Pero paralelamente se ha acortado la edad de trabajar. Con el discutible invento de la jubilación muchos ciudadanos con capacidades productivas y creativas se convierten, prematuramente y por decisión legal, en viejos marginados e improductivos. Para la mayoría de los puestos una persona de 45 años ya es vieja
, me decía en intemporal entrevista el prolífico autor y pedagogo mexicano Mauro Rodríguez Estrada (1930-2007).
"En las próximas décadas la proporción de ancianos crecerá mucho y el siglo XXI pasará a la historia como el siglo del envejecimiento. Si al aumento de vida sumamos la alarmante contracción del empleo, fruto de la automatización y el capitalismo salvaje, entonces el panorama es de legiones de ancianos vegetando marginados, matando las horas con más o menos dignidad mientras esperan la muerte.
¿Cómo fue que el prototipo de lo valioso se convirtió en algo devaluado y despreciable?
, se preguntaba Mauro, para responder: "El paso de las sociedades tradicionalistas y conservadoras a la sociedad actual de un progreso equívoco, la aceleración del cambio y la sobrevaloración de la innovación han descalificado la experiencia del adulto mayor, que sólo es visto como enfadoso superviviente.
"De la familia clan pasamos a la familia nuclear de la pareja y uno o dos hijos, en casas pequeñas y con gran movilidad topográfica. En la primera el abuelo era patriarca y centro del grupo familiar; en la segunda difícilmente halla lugar y a menudo es un apéndice. Además, el mito de la juventud pujante, las olimpíadas, concursos de belleza, pasarelas de modas, mundiales de futbol y el manipulador mercado para jóvenes ponen al centro del escenario valores en los que el viejo es la negación frontal.
La conjunción de estos factores propicia mecanismos de profecía autocumplida: si para la sociedad actual la vejez es un antivalor, es normal que quien llega se programe para ser un trasto desechable. El peso de semejante programación es abrumador y lo que fue respeto se torna desprecio. Estamos dentro de un típico proceso dialéctico: de la tesis (viejos sobrevaluados) se pasó a la antítesis (viejos devaluados). Nos falta elaborar una síntesis equilibrada y conciliadora
, advertía Mauro.
aprenderamor@jornada.com.mx
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