Hernán González G.
U
n lector pregunta qué es la parálisis supranuclear progresiva (PSP). Es una enfermedad rara e incurable que involucra el deterioro y muerte gradual de áreas del cerebro y afecta por igual a ambos sexos, sin distinción de raza, geografía o posición social. Aproximadamente seis de cada 100 mil personas son afectadas por este padecimiento, para el que no hay tratamiento efectivo. Suele aparecer después de los 60 años de edad y la tasa de penosa supervivencia es de unos siete años. Frecuentemente la PSP es confundida con el mal de Parkinson debido a la lentitud y dificultad de movimientos del paciente, o con la enfermedad de Alzheimer en razón de los cambios de comportamiento. Entre otros, el actor Dudley Moore murió en marzo del 2002 a causa de una parálisis supranuclear progresiva.
Por ello, lo que subrayábamos en la columna pasada Breve estancia en Suiza
( La Jornada, 19 de agosto) era la decisión libre, madura y civilizada de la doctora inglesa Anne Turner, afectada de PSP, de recurrir al suicidio asistido, luego de hablarlo con sus dos hijas e hijo, en una institución en Zurich (¿Dignitas o Exit?), dado que la doble moral británica –la vida es sagrada excepto si de invadir naciones petroleras se trata– prohíbe la eutanasia y el suicidio asistido, al sostener la Cámara de los Lores que es un crimen asistir a otro para que se suicide
, independientemente de las circunstancias que rodeen a quien solicita ese tipo de ayuda.
Mi excusa son mis síntomas
, fue otra de las razones que esgrimió la doctora Turner a sus familiares e íntimos. Y mientras unos la censuraban e incluso le retiraban su condicionada amistad, sus hijos acabaron por entender, aceptar y respetar su decisión, acompañándola a Suiza. Ya en la institución, un caballeroso ejecutivo le explicó en qué consistía el procedimiento. Acompañada por sus hijos, Turner fue conducida a una pequeña habitación por un enfermero, quien con una discreción rayana en la indiferencia le dio a tomar un barbitúrico; en seguida fue recostada y a los pocos minutos dejó de existir, sin dolor y sin agonía, con una dignidad de muerte hasta hoy exclusiva de algunos animales. La policía sólo dio fe de los hechos.
Pero son las religiones de los gobiernos seudolaicos y de las diferentes iglesias, con su sacralización de la vida, quienes apuestan por coartar, sin cordura, una libertad responsable en el individuo, incluso para decidir su muerte.
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