Fernando Camacho Servín
Periódico La Jornada
Lunes 8 de julio de 2013, p. 41
Con tal de estar (o pensar que se está) seguro, cualquier cosa vale. En una sociedad que vive espantada, la intimidad y la privacidad son elementos sacrificables en aras de sentirse protegido de las amenazas, de los demás, del otro.
Tal vez por esa razón las cámaras de vigilancia se han vuelto parte del paisaje cotidiano de cualquier ciudad, como si fueran un fetiche contra el miedo. Por eso no extraña el hecho de ser filmados en bancos, tiendas y aeropuertos. ¿Esa vigilancia es una palmada en el hombro o una amenaza?, ¿es útil para abatir la inseguridad? Diversos académicos y expertos tratan aún de buscar una respuesta.
Millones de ojos electrónicos
La vigilancia, señaló Nelson Arteaga, investigador de la Universidad Autónoma del estado de México, es un elemento sustancial de las sociedades modernas y de los estados nacionales desde el siglo XIX, pero el desarrollo de nuevas tecnologías potenció esta capacidad no sólo de los gobiernos sino también de las corporaciones privadas, con fines tanto comerciales como de control social.
De acuerdo con el sociólogo británico Clive Norris, académico de la Universidad de Sheffield, el boom de las cámaras de vigilancia tuvo uno de sus orígenes en el caso del niño James Bulger, quien en 1993 fue secuestrado, torturado y asesinado por otros dos menores en la ciudad de Liverpool, en un delito que pudo ser reconstruido gracias a las cámaras de un centro comercial.
Este elemento fue decisivo para que las autoridades del Reino Unido se decidieran a gastar cada vez más en la instalación de cámaras de vigilancia, a tal punto que en 2005 tanto los gobiernos como las empresas británicas habrían invertido casi 5 mil millones de libras esterlinas en esos dispositivos, sin contar los gastos de mantenimiento.
Se calcula que en estos momentos hay 4.2 millones de cámaras en Gran Bretaña, es decir, una por cada 14 personas. En las grandes ciudades de ese país, un peatón podría ser captado hasta por 300 cámaras al día, lo que incluso ha llevado a muchos jóvenes a diseñar rutas con menos cámaras, en un ejercicio de defensa de su privacidad.
Aunque dicho esquema de seguridad ya había comenzado a expandirse en todo el mundo –incluido México–, el impulso definitivo lo dieron los atentados terroristas en Nueva York en 2001 y los ocurridos en Madrid y Londres en 2004 y 2005.
Ver todo y nada a la vez
Aunque las cámaras en espacios públicos y los circuitos cerrados de televisión (CCTV) se habían promocionado como una suerte de panacea contra la inseguridad, algunos estudios empezaron a cuestionar su efectividad y sus posibles usos como herramientas de control y exclusión social, subrayó Nelson Arteaga.
Es un mito que las cámaras todo el tiempo estén detectando robos y homicidios o que puedan tener efectos disuasorios. Los atentados de 2005 en el metro de Londres son un ejemplo muy claro, porque las grabaciones lograron reconstruir el hecho, pero no prevenirlo porque no había forma de hacer una interpretación inmediata de que algo malo estaba pasando
, indicó el especialista en charla con La Jornada.
De acuerdo con estudios recientes hechos en ciudades de Estados Unidos, Australia y Europa, la videovigilancia había provocado un descenso de los índices delictivos de apenas entre 13 y l8 por ciento, pero su impacto en los ilícitos más graves había sido prácticamente nulo.
Uno de los puntos débiles de los CCTV, indica Clive Norris, es precisamente su capacidad de monitorear muchos puntos de forma simultánea, ya que es imposible tener personal suficiente que los grabe, observe y analice todo el tiempo, pues eso llevaría a la saturación del sistema y por lo tanto a su inutilidad.
Cuando se ve todo, al mismo tiempo no se ve nada. Puedes pasar 15 horas viendo un monitor sin que ocurra nada importante y no hay policía que lo aguante
, enfatizó Arteaga.
Centro Histórico y Huixquilucan, blindados contra Godzilla
Aunque las cámaras no tienen un efecto real en el combate a la delincuencia, su éxito continúa porque permiten a las autoridades alegar que están haciendo algo
contra la inseguridad, pero también porque proporciona a los sectores de ingresos altos la sensación de que están más seguros, lo cual puede utilizarse con fines comerciales, dice la investigadora estadunidense Diane E. Davis, autora del libro Leviatán urbano: la ciudad de México en el siglo XX.
Imágenes de la central de seguridad donde se observa el devenir de la ciudad de Guanajuato, a través de 11 cámarasFoto Roberto García Ortiz
Según la académica de la Universidad Harvard, el aumento de la criminalidad en la ciudad de México a mediados de los años 90 dio la pauta para que el gobierno capitalino y un grupo de empresarios contrataran en 2002 al ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, para que formulara diversas recomendaciones
en materia de seguridad.
Entre los puntos incluidos en su estrategia de tolerancia cero
, Giuliani hizo énfasis en rescatar
ciertas partes de la ciudad, como el Centro Histórico, y usar alta tecnología para mejorar las zonas conflictivas
.
De esta forma, una gran cantidad de cámaras se instalaron en el Centro para dar la ilusión de seguridad
, lo cual finalmente provocó una reactivación inmobiliaria de dicha zona, donde comenzaron a llegar nuevos residentes de altos ingresos, al mismo tiempo que sus vecinos de colonias pobres –como Tepito– se vieron más expuestos al acoso de la policía y al control de sus movimientos cotidianos, puntualizó Davis.
Otro ejemplo de segregación urbana
, apuntó Nelson Arteaga, es el de Huixquilucan, estado de México, cuyo gobierno municipal instaló en septiembre de 2004 una red de cámaras de vigilancia en el que tuvo que invertir 17 por ciento de su presupuesto anual durante tres años, a pesar de que sus niveles de inseguridad eran relativamente bajos.
El 85 por ciento de las cámaras, recordó el académico, estaban colocadas en las zonas residenciales de mayores ingresos, en una lógica de exclusión social
donde ciertos grupos sociales son considerados un riesgo, como lo demuestra el hecho de que las autoridades se refirieran al cuarto de monitoreo de las cámaras como el lugar donde nos reunimos cuando ataca Godzilla
.
Control social, no seguridad
El sociólogo inglés David Lyon, académico de la Universidad de Queen, afirma en su libro El ojo electrónico: el auge de la sociedad de la vigilancia que las nuevas tecnologías hacen posible el surgimiento del Panopticón, el lugar donde todo es visible
, cuyo potencial es utilizado con fines de clasificación social
.
En esta misma línea, el antropólogo Richard Jenkins advierte que la identificación y ordenamiento de individuos para ponerlos en el lugar donde corresponden
es fundamental para restringir eventualmente su acceso al trabajo, la educación, los servicios y las oportunidades de desarrollo en general, con base en su apariencia.
Los CCTV, añade Clive Norris, "representan el poder de observar, identificar y regular. Tienen que ver con la reproducción y mantenimiento de un statu quo conservador, cuyos primeros objetivos son los hombres jóvenes de minorías étnicas, que muestran señales de pertenecer a la clase trabajadora o a las subculturas urbanas juveniles".
En el caso de México, subraya Arteaga, las cámaras rediseñan la percepción de la inseguridad al tomar ciertos rasgos faciales, comportamiento o modo de vestir como indicadores de peligro, en un proceso de estigmatización que afecta a diversos grupos sociales, como los llamados reguetoneros.
Los pequeños hermanos
A pesar de que no hay una legislación nacional que regule el uso de los CCTV y el material obtenido por éstos, el uso de dichos implementos es una tendencia global y es muy poco probable que se detenga
, advirtió Nelson Arteaga.
Sin embargo, dijo, "más que a la distopía de George Orwell en 1984, nos acercamos al Neuromancer del escritor William Gibson, quien describió una sociedad en donde todos vigilan a todos y por eso se anhela tener privacidad. Más que un Gran Hermano, vivimos con muchos pequeños hermanos que capturan nuestra información sin que nos demos cuenta a través de Facebook y Twitter".
Las cámaras de vigilancia, concluyó el especialista, no son buenas ni malas por sí mismas, dependen del sistema social y tecnológico que las usa
.
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