Cristina Pacheco: Mar de Historias

Written By Unknown on Senin, 08 Juli 2013 | 15.53

L

os cables eléctricos zigzaguean al ritmo en que Olga y Rubí llevan a cabo su trabajo. Envueltas en el vapor ligero que sale de las camisas húmedas al contacto de las planchas, las dos mujeres mantienen la misma expresión de tedio que avejenta sus rostros aún jóvenes. Alteran su gesto intercambiando miradas y sonrisas siempre que Minerva, la dueña de la tintorería, abandona la lectura del periódico para repetirles la eterna indicación: Cuidado con los botones.

Para que sus empleadas valoren mejor el significado de sus palabras, Minerva hace el recuento de los clientes que han protestado por haber recibido sus camisas con los botones rotos o carentes de alguno. Al terminar su discurso Minerva se queda observando a las planchadoras hasta que le prometen ser más cuidadosas. Satisfecha por la sumisión de sus empleadas, Minerva vuelve a hundirse en las páginas del periódico que por momentos son una cortina que oculta sus cabeceos.

Cuando la patrona sale al banco o a dar el paseo que le recomendó el doctor si es que le interesa evitarse las várices, las muchachas se divierten imitando su voz y burlándose de los quejosos, en especial del señor Nava. La sutil capa de maquillaje que le cubre las mejillas y sus suéteres con rombos de colores le inspiran a Olga mofas que hacen reír a Rubí hasta las lágrimas. Pero de inmediato se arrepiente y acusa a su compañera: ¡Qué mala eres, cuatita! Olga se defiende asegurándole que esas pequeñas venganzas y los días de paga son los únicos momentos felices de su vida.

En varias ocasiones Rubí quiso saber a qué se refería Olga con tales palabras. Gracias a eso está enterada de que su compañera sostiene con enormes dificultades a toda su familia: una madre que se dice enferma, un padre que sólo aparece cuando las deudas lo persiguen, un abuelo que llora y habla a solas, un hermano que es maestro en buscar empleo sin encontrarlo y una tía que borda compulsivamente manteles y servilletas para regalarlos a las iglesias.

En medio de todas estas cargas, Olga tiene desde marzo un motivo menos de preocupación: su hermana Angélica encontró un segundo trabajo en una tortería cerca del aeropuerto. Con lo que ganaba en los baños Éufrates no tenía suficiente para sus gastos y mucho menos para sostener al Boby, el perrito al que Noemí adora. Varias veces Angélica intentó perderlo en las calles del centro, pero el animal regresó moviendo la cola y haciendo gracias para reconquistar su alojamiento al lado de Noemí.

II

Este mediodía, después de repetirles la consabida orden, Minerva salió al banco y a hacer su caminata. Descargada de la presencia de su patrona, Rubí bendijo las vacaciones. Hasta el 19 de agosto, cuando recomiencen las clases, disminuirá el tráfico y ella padecerá menos angustias para llegar a tiempo a la tintorería. Olga no dio muestras de interesarse en la conversación y siguió planchando.

Extrañada, Rubí le preguntó si estaba enferma, si algo malo le sucedía. Olga negó con la cabeza y levantó los hombros. Al cabo de unos instantes interrumpió su trabajo para desahogarse contándole a Rubí lo que la angustiaba:

El domingo fue a Donceles para visitar a su hermana Angélica. "Ella renta un cuarto en un edificio antiguo que a pesar de ser ruina es primoroso. Ya sabes que Angélica tiene una hija: Noemí. (Una preciosidad, un dulce. La ves y quieres comértela a besos.) La niña acaba de cumplir cinco años. El kínder adonde iba está de vacaciones y Angélica, con sus dos trabajos, no tuvo tiempo de inscribir a mi sobrina en algún curso de verano en donde Noemí pudiera convivir con otros niños y, sobre todo, estar segura al menos durante la mañana.

"Lo peor es que Josefa, la vecina que le cuida a Noemí todas las tardes, se irá de vacaciones con su familia. Mientras regresa, no habrá quien atienda a mi sobrina. Tendrá que pasarse todo el día solita. Para evitarle los peligros de la calle mi hermana piensa dejarla con algo de comida y su muñeca, en compañía del Boby, amarradita en el balcón. Desde allí la niña al menos podrá ver la calle y si algo le sucede no faltará un vecino que se entere y la ayude. Pero quién sabe, la gente ha perdido humanidad."

Rubí intentó animarla diciéndole que Dios nos sorprende siempre haciendo que de las cosas que suponemos malas resulte algo bueno. Olga le pidió que le pusiera un ejemplo, uno solo que le devolviera la fe y la esperanza. Rubí le reprochó su pesimismo, a lo que su amiga respondió con una pregunta: ¿Serías optimista si supieras que una criatura de cinco años se pasará, atada en un balcón, las semanas que para otros niños son de vacaciones? Olga no esperó la respuesta. Retomó su trabajo atenta a no dañar los botones de una camisa.

III

Rubí no puede olvidar la historia que Olga le contó hace unos minutos. No conoce a Noemí ni en fotografía pero puede imaginarla como una niña atada en un balcón en compañía de su perro, comiendo un trozo de pan, mirando hacia la calle en espera de que su madre aparezca entre la gente que camina apresurada y con la cabeza baja. Piensa también en Angélica, en lo difícil que le resultará concentrarse en su trabajo, acatar órdenes, sonreír mientras su hija está sola, tal vez fastidiada pero de seguro ansiosa de que le hable y que luego la duerma entre sus brazos.

Rubí se sobresalta al escuchar los gemidos de Olga. Desconecta la plancha y rodea la mesa para abrazar a su amiga y consolarla. Duda en la forma de hacerlo hasta que al fin se decide: "Los niños de hoy son muy listos. Te aseguro que a estas horas Noemí está jugando con su muñeca; además, no está sola: tiene al Boby."

Olga se enjuga las lágrimas en el momento en que Minerva regresa a la tintorería y descubre a Rubí fuera de su sitio. No les digo: apenas me voy, se dedican a la plática. Luego no se quejen de estar atrasadas con el trabajo ¿Vino alguien? Le dicen que no. Es natural: por la hora y por las vacaciones. Mi nieta anda toda alborotada porque sus papás le prometieron llevarla a Acapulco. Me encanta que a mi muchachita le cumplan su gusto pero voy a extrañarla. Olga ¿qué te sucede? ¿Por qué lloras?

Minerva apenas alcanza a escuchar el murmullo de Olga: No estoy llorando. Lo que pasa es que el vapor me irrita mucho los ojos. La patrona toma el periódico y se acomoda en su silla. Antes de continuar su lectura le hace a su empleada una recomendación: Consulta un doctor. Ya sabes que en este negocio se necesita tener muy buena vista y mucho cuidado, sobre todo con los botones.


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