Hernán González G.
C
on esto de las libres y voluntarias renuncias papales –ya sea al pontificado o a seguir siendo llevado a la Clínica Gemelli en condiciones insoportables de deterioro físico, como suplicó Juan Pablo II– y la exhibición de películas como Amor, verdaderamente cuestionadoras de las reducidas opciones dignas de morir que el Estado, la familia y las religiones ofrecen, es oportuno recordar los empeños del gobierno de François Hollande por intentar humanizar la calidad de muerte de los franceses, no por liberados menos mortales que el resto de las especies.
Más abierto que la mayoría de los países, pero no tanto como Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Suiza –únicos donde la eutanasia y el suicidio asistido son legales–, el actual gobierno francés ha reanimado el debate sobre temas que la hipocresía y el falso humanismo del planeta exhiben en el aparador de la estupidez y las crueldades más atroces, haciéndose el juego derechas, izquierdas y centros, progres y conservadores, en su quimérico pero tranquilizador respeto por la vida humana.
Un informe sobre la baja calidad de muerte de la población de la tercera edad en la próspera Francia fue entregado al presidente Hollande a finales del año pasado por el profesor de medicina Didier Sicard, ex presidente del Comité Francés de Ética, quien propone dar el paso hacia la eutanasia activa y el suicidio asistido a petición del paciente y en casos de enfermedades incurables y evolutivas.
Si bien desde 2005 Francia cuenta con una ley que prohíbe el encarnizamiento terapéutico y prevé el derecho a dejar morir, suspendiendo tratamientos sin resultados positivos, excepto para laboratorios y farmacias, la normativa pone énfasis en los cuidados paliativos, a la vez que autoriza a los médicos a administrar medicamentos contra el dolor, incluso cuando éstos tengan como efecto secundario acortar la vida. Sin embargo, como suele ocurrir en las administraciones seudovitalistas, dicha ley ha sido poco difundida y peor aplicada, para beneficio de algunos y padecimiento de muchos.
Ante la ingenuidad de que el régimen de pensiones soluciona la última etapa de vida, Hollande en su campaña electoral se pronunció en favor de una asistencia médica para terminar la vida con dignidad, pero advirtió que esa asistencia debería hacerse en condiciones precisas y estrictas. Acá, guadalupanos y medrosos, seguiremos a merced de burocracias, moralinas y seguros deficientes.
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