Cristina Pacheco: Mar de Historias

Written By Unknown on Senin, 05 November 2012 | 15.53

E

l tiempo siempre corre a la misma velocidad, pero cuando mis gentes regresan en noviembre a visitarme, las horas me parecen tan cortas como si fueran minutos. Aunque me lo proponga no puedo detenerlos, se van volando y nunca son suficientes para decirles a mis difuntos todo lo que no pude o no me atreví a contarles cuando vivían.

Sentir a mis seres queridos otra vez junto a mí, imaginarlos recorriendo los cuartos de la casa o sentados a la mesa me alegra mucho. No sé cómo expresárselo. El prolongado silencio del que salieron para volver a este mundo me enmudece. Por momentos me quedo tan quieta, tan callada, como si entre todos ellos me hubieran puesto una lápida encima para que no los interrumpa mientras toman posesión de su casa, conversan, disfrutan de la comida, se divierten reconociéndose en sus retratos, se embriagan o se deleitan con el aroma de las flores.

Hace apenas unos días compré los cempasúchiles para la ofrenda. Estaban frescos, sus pétalos lucían firmes y tan apretados que daban la impresión de ser la piel de una naranja. Hoy en la mañana vi que las flores empezaban a deshacerse. Las hojas en el suelo me devuelven a la realidad, me indican que la fiesta de los muertos terminó y que esperaré 12 meses para que nos reunamos otra vez.

Quizá porque falta mucho tiempo para ese día me reconvengo más que nunca por no haberme desahogado con ellos. No sé qué es peor, si esto o quedarme con el deseo de preguntarles acerca de algunos asuntos de la familia que sólo ellos me pueden aclarar. Pero viéndolo bien, ¿para qué quiero saberlos si ya no tengo a quien comunicárselos? Cuando mucho podría decírselos a Macarena, la enfermera que desde agosto viene los sábados a inyectarme.

II

Macarena me encontró ayer levantando la ofrenda. Le pareció muy hermosa y sintió que fuera a quitarla. Ya pasó su tiempo, le dije, y me contestó que ella deja su árbol de Navidad hasta febrero o marzo y si se puede más. ¿Hace lo mismo con su ofrenda?, le pregunté. Su respuesta me causó risa: No pongo. Me falta tiempo y el dinero apenas me alcanza para los gastos de mis vivos. A mis difuntitos los recuerdo siempre, los quiero, los recibo, pero en mi corazón. Así les festejo su día sin tener que gastar.

Le pedí a Macarena que me ayudara a meter mi mantel deshilado en la caja blanca forrada de charmés. Ella también la asoció con un ataúd de niño. De allí pasó a decirme que su primer hijo había muerto en la cuna a las pocas semanas de nacido. Ante la pérdida, ella y su esposo aún se consuelan pensando que como habían alcanzado a bautizarlo, su niño tendrá para siempre un lugar en el coro de angelitos que rodean al Señor y que esa cercanía iba a ser buena para toda su familia.

Por el tono de su confidencia, Macarena me hizo pensar en alguien que da el enganche de una casa para asegurarse de que se la apartarán. Quise saber si había tenido otros hijos. Respondió que Dios la había recompensado con creces mandándole unos gemelitos y una niña. Mis vivos, dijo.

III

A Macarena le sorprendió mucho la cantidad de retratos en mi ofrenda. De todos el que más le interesó fue el de Julián, mi primo hermano.

Julián abandonó el seminario cuando se enamoró de Alicia. Ella y yo éramos vecinas y compañeras en la Academia Comercial. Nos pasábamos las tardes en su casa o en la mía. En una de esas llegó él a visitarnos. Al ver a mi amiga su atracción fue tan poderosa que sustituyó su interés de convertirse en sacerdote por el de formar una familia, con Alicia, claro. Pensaba decírselo a ella en cuanto quedara libre del seminario.

Como Julián le tenía mucha confianza a mi madre, le confesó antes que a nadie sus sentimientos hacia Alicia y la decisión de alejarse del sacerdocio. Ella trató de disuadirlo haciéndole ver el disgusto de sus padres cuando supieran el cambio de planes. Julián dijo que lo sentía, pero no iba a permitir que nadie decidiera su vida.

A partir de ese momento la familia entró en crisis. Se formaron dos bandos: unos en favor de Julián y otros en contra. Mis tíos asumieron la decisión de Julián como un fracaso suyo y desde entonces guardaron para siempre una actitud sumisa y avergonzada hasta que terminaron por aislarse. Mi abuela enloqueció. La posibilidad de tener en la familia un sacerdote la compensaba de sobra por no contar entre los suyos a un médico o un abogado. Concebía a Julián como un elegido de Dios. Soñaba con verlo oficiar su primera misa y con que él fuera el encargado de darle la extremaunción.

Cuando Julián le comunicó su nuevo proyecto de vida, ella pensó que se trataba de una broma y fue paciente; pero cuando él le aclaró que hablaba en serio, perdió la calma y buscó maneras de devolver a su nieto preferido al buen camino. Al final se ofreció a llevarlo con un diácono muy sabio para que lo hiciera entrar en razón. Julián no aceptó.

A todas horas escuchábamos las discusiones entre Julián y mi abuela. Ella lo llamaba desertor, ingrato; él, autoritaria, intolerante. Acabaron por lastimarse hasta que mi abuela lo echó de la casa. El amor que había abrigado por su nieto predilecto se convirtió en el odio implacable que le dictó su última voluntad: No quiero que por ningún motivo Julián asista a mi velorio ni a mi entierro. Si lo ven díganle que le prohibo que me visite en el camposanto.

Le confesé a Macarena que no podía imaginarme los sentimientos de mi abuela al pronunciar palabras tan duras que, además, erigían una barrera entre ella y la persona a quien más amaba. Macarena resolvió el dilema con unas cuantas palabras: Perdóneme, pero su abuela era una persona muy fea. Enseguida me preguntó si Julián y Alicia habían llegado a casarse.

No. Alicia estaba enamorada de un teniente y ni en sueños iba a dejarlo por un hombre que era casi un desconocido y apenas había conversado con ella unas cuantas veces: la última para pedirle matrimonio. La actitud de Alicia era explicable, pero de todos modos muchas veces le pedí que no fuera tan drástica con Julián, quien a final de cuentas lo había perdido todo por ella. Por mí no, por tonto, por hacerse ilusiones en donde nunca hubo nada. Comprendí que mis esfuerzos eran inútiles y que mi amiga seguiría flotando en espera del matrimonio con su teniente.

Por la expresión con que me escuchó comprendo que Macarena habría preferido un final de telenovela con boda en una hacienda y globos rojos. No ocurrió así. Alicia se casó y se fue a vivir lejos. En cuanto a Julián, no volvió a visitarnos pero alguna vez nos llamó para preguntar por la abuela. Cuando supo que ella había muerto y cuál había sido su última voluntad, desapareció.

Ignoro qué habrá sido de él. Tal vez haya muerto. En todo caso para mí lo está. Cada noviembre pongo su retrato junto al de mi abuela. Ya que los dos están envueltos por el mismo misterio, ojalá que, ya difuntos, vivan la misma paz.


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